Escrito por: Kristina Lyons
Soy guardiana de una reserva natural de la sociedad civil en Mocoa nombrada La Hojarasca. Su nombre se inspira en el ciclo de nutrientes de la selva, donde las hojas de los árboles caen gradualmente sobre el suelo, funcionan en principio como cobertura y más tarde incorporan nutrientes a este a través de la descomposición, lo cual es fundamental para el crecimiento de la vegetación.
La Hojarasca es un proyecto de vida basado en la restauración ecológica de potreros y bosques secundarios además del cuidado de una microcuenca que se llama La Yegua que forma parte de la cuenca del río Caquetá. Con mi pareja y nuestra familia multiespecie esperamos convertir La Hojarasca en un espacio pedagógico y comunitario. La reserva es una oportunidad de poner muchos discursos y teorías en práctica, fortalecernos espiritualmente y cuidar la vida en un pedazo del piedemonte andinoamazónico en medio de una coyuntura donde las amenazas del extractivismo y la expansión urbana sin planeación son cada vez más graves.

Yo llegué al Putumayo hace más de veinte años conmovida por el tema de las fumigaciones aéreas con glifosato, una estrategia central de la política antidroga de los EE. UU. y Colombia por varias décadas. Estaba a punto de realizar un doctorado en antropología y me había vinculado a dos ONG en Colombia que trabajaban en solidaridad con comunidades del Putumayo afectadas por las políticas de erradicación y otros programas del fracasado Plan Colombia. Esto fue después de conocer a muchas familias colombianas desplazadas al Ecuador por esta misma política; familias que fueron rechazadas del estatus de refugiadas por el sistema humanitario porque se suponía que no habían experimentado una situación de violencia directa. Recuerdo las primeras madrugadas despertándome con el canto de los pájaros mochileros después de pasar la noche en la maloca de la Mesa Permanente del Pueblo Kofán en La Hormiga. Había llovido en la madrugada y las aves estaban activas volando entre las copas de los árboles. Llenaron el aire con su trino que parecían gotas de agua cayendo y reverberando por la superficie de pequeños charcos.
En mis recorridos por el territorio me quedé impactada por el espíritu de lucha de las organizaciones sociales y comunidades rurales, en especial sus propuestas para cultivar la vida en medio de tanta violencia y la incertidumbre provocada por la guerra química.
Me quedé fascinada con la capa de nubes que se ciernen sobre el piedemonte, la fuerza torrencial de los ríos que bajan de la montaña y su viaje trenzado por la planicie amazónica entre las islas de palmas de canangucha frecuentadas por manadas de garzas.
Cuando visité una finca-escuela en el municipio de San Miguel –donde conversé por primera vez con Heraldo Vallejo, conocido como el hombre amazónico, quien estaba acompañando un proceso de formación popular de campesinos e indígenas en las prácticas de agricultura amazónica– entendí que quería enfocar mi investigación de tesis doctoral sobre estas propuestas vitales. Heraldo me preguntó cómo me sentía estando en medio de las huertas de enredaderas y árboles frutales de la escuela, y le respondí que me sentía como una mariposa. Quería volverme mariposa parchando entre las flores, los bejucos, las semillas y las hojas de los espacios de la agricultura alternativa. Mi investigación doctoral terminó en la publicación de un libro en el 2021 titulado Descomposición Vital: Suelos, Selva y Propuestas de Vida, además de la realización de una serie de cortos audiovisuales de educación popular sobre agricultura amazónica cuyo nombre es Cultivando un Bien Vivir en la Amazonía que, por lo demás, son materiales de libre acceso en YouTube.
Saludando la microcuenca Quebrada La Yegua en la Hojarasca (2021). Archivo fotográfico personal KLyons
En el transcurso de estos años, donde he aprendido a caminar y sentipensar desde el territorio, comprendí que los humanos no han sido los únicos afectados por el conflicto social y armado, sino que la guerra, la política antidroga y sus nexos con la expansión del extractivismo, la corrupción, la marginalización de los conocimientos ancestrales y populares, además de la falta de un enfoque educativo y políticas públicas basadas en las condiciones territoriales andinoamazónicas, han conllevado a amenazas para la vida de muchos seres que son parte de la biodiversidad y la espiritualidad del piedemonte, la selva y sus cuencas. Por esta razón, el enfoque de mis investigaciones, que se han vuelto cada vez más procesos de investigación acción participativa con fines de activismo e incidencia, es socioecológica, es decir, buscan transformar la conflictividad de las relaciones entre diversas comunidades o grupos de ciudadanos y otros seres, elementos y fuerzas no materiales que hacen la vida en nuestro territorio.
Esto ha implicado no solo publicar textos escritos en formatos académicos sino también emplear diferentes métodos para visibilizar los conocimientos, voces y propuestas comunitarios a través de programas radiales, documentales, plataformas digitales, poesía, foto ensayos, paisajes sonoros, periodismo, intervenciones jurídicas, performance callejero e instalaciones, entre otros.
Mis experiencias en los diferentes municipios del departamento principalmente han sido alrededor de las situaciones agrarias y ambientales. Recuerdo la sensación emotiva de estar parada en la tarima construida por las organizaciones sociales en el estadero de Villagarzón durante el Paro Agrario, Étnico y Popular del año 2013, viendo miles de campesinos agruparse alrededor. Habían obligado a las representantes del gobierno nacional viajar desde Bogotá para negociar con ellos. Presencié el poder popular, la fuerza de la unidad y sentí que estábamos viviendo un momento histórico al mismo tiempo que éramos parte de un largo legado de marchas y paros cívicos seguido por pactos incumplidos de parte del estado.
Fui una de las pocas mujeres elegidas a ser parte de la Mesa de Interlocución y Acuerdos (MIA) del Putumayo donde viajé por todos los municipios para socializar nuestra propuesta para la formulación de un Plan de Desarrollo Integral Andinoamazónico 2025 (PLADIA). Creo que el mayor logro del paro fue posicionar por primera vez un discurso público sobre la identidad biocultural y conectividad estratégica Andinoamazónica del departamento.
Lamentablemente, el PLADIA fue opacado por el PNIS y los PDET después de la firma de los acuerdos de paz, pero esta experiencia, recorriendo el territorio para dialogar con las comunidades y siendo parte del proceso de la Mesa Regional de Organizaciones Sociales del Putumayo, Baja Bota Caucana y Cofanía Jardines de Sucumbíos –MERO, me permitió conocer muy de fondo las realidades rurales de la región.
Un trabajo de investigación que realicé en Puerto Guzmán entre el 2014 y 2015 sobre el estado de las quejas interpuestas por familias cuyos cultivos fueron afectados por las fumigaciones aéreas en donde identifiqué patrones de indebido proceso, además del rechazo sistemático de dichas quejas por parte del estado, abrió la posibilidad para que el campesino Pedro Pablo Mutumbajoy viajará al Tribunal Internacional Monsanto en la Haya.
Él presentó su caso como apoyo para la construcción de un marco legal internacional que reconociera el ecocidio y las violaciones de derechos humanos cometidos por corporaciones. Además, en el 2019, fui invitada a presentar los resultados de esta misma investigación en el marco del debate en la Corte Constitucional sobre la posible reactivación de la aspersión aérea con glifosato. Fue muy gratificante ver cómo un trabajo etnográfico comprometido con las prioridades de mis interlocutores pudiera tener tanta trascendencia jurídica en la defensa de los derechos socioambientales y abrir la oportunidad para que un habitante rural de Puerto Guzmán presentara su propia vivencia a una escala internacional.
Cada vez estoy más convencida de la necesidad de fomentar la capacidad autónoma de las comunidades como agentes de transformación sin depender del actuar de la institucionalidad y los gobiernos de turno. Por eso, creo que la educación popular ambiental y territorial es crucial y que, como investigadores y profesores, tenemos el deber de fortalecer la formación ciudadana desde pedagogías formales e informales.
En la última década he liderado varios procesos en torno al cuidado de los diversos cuerpos de agua de la región, motivada por la necesidad de respetar el comportamiento y conectividad de las cuencas en el ordenamiento territorial. En Puerto Guzmán, aprendí acerca de la degradación del río Mandur gracias a la lideresa comunitaria y exconcejala Neriet Penna (QEPD). Recuerdo la primera vez que navegamos por el Mandur en el 2017, observando su sedimentación a causa de la minería ilegal de oro y la ausencia de árboles, tortugas, aves y peces en sus aguas y riberas debido a la deforestación. En colaboración con la Fundación ItarKa, iniciamos el primer proceso en el departamento para elaborar la memoria de una cuenca con la aspiración de apoyar a las comunidades en resolver sus conflictos socioambientales a través de prácticas artísticas y científicas, diálogos y acuerdos.
En el 2019, apoyamos un proyecto piloto de ordenamiento territorial en la vereda Buena Esperanza, donde nacen las aguas del Mandur, una dinámica que fue violentamente interrumpida cuando los grupos armados volvieron a entrar en disputas territoriales en el municipio. Esta experiencia fue una de las más hermosas, dado el nivel de participación y esperanza que generaba entre los habitantes, además de la satisfacción ver cómo las metodologías que desarrollamos lograron inspirar a varias organizaciones ambientales en el resto del departamento. Sin embargo, también fue muy desconsoladora debido a los asesinatos y desplazamientos que siguen sucediendo en medio de la transición oficial hacia la paz.
Junta de Acción Comunal Buena Esperanza, Puerto Guzmán para recuperar la cuenca del río Mandur (2019). Archivo fotográfico personal KLyons
En Mocoa, en el 2021, co-impulsé la creación del proceso comunitario Ríos y Reconciliación, como primer intento de aliar a las organizaciones que defienden las aguas de la cuenca del río Mocoa. Nuestro objetivo fue proponer una reorientación del paradigma de la gestión de riesgo basado en la construcción de un sistema intensivo de obras de mitigación en las microcuencas del piedemonte andinoamazónico después de la avenida torrencial de 2017. La idea de la reconciliación en lugar de la mera reconstrucción de Mocoa propone un giro en la manera de relacionarnos y habitar un territorio anfibio.
Organizamos una campaña pública para resignificar la estigmatización de las aguas torrenciales, entendiendo que nosotrxs vivimos en el territorio de los ríos y no al revés. Mocoa es una ciudad entre ríos que manifiestan su memoria, su derecho a pulsar, expandir, recuperar espacio, seguir fluyendo y transportando sedimento, entre otros materiales y seres, hacia la planicie y el océano Atlántico.
El agua no sólo caracteriza la identidad biocultural del municipio de Mocoa y el departamento del Putumayo, sino de toda la Amazonía.
Desde el 2024, la Corporación Colectivo Ríos y Reconciliación está jurídicamente constituida y hemos asumido un liderazgo dentro del proceso comunitario más amplio al nivel de las cuencas de los ríos Putumayo y Caquetá, de nombre Juntanza por las cuencas andino-amazónicas. La Juntanza ha logrado convocar a organizaciones y comunidades en el Alto Putumayo, Mocoa, Puerto Asís y el Valle de Guamuez para fomentar la educación popular ambiental, sensibilización y redes comunitarias en torno a la propuesta de construir un nuevo ordenamiento territorial basado en el agua.
Con miembros de las Juntanzas por las Cuencas Andinoamazónicas en Mocoa, Puerto Asís y algunos participantes del Colectivo Ríos y Reconciliación (2024). Archivo fotográfico personal KLyons
Me he sentido muy conmovida por la situación de los humedales, sus guardianes y los cananguchales en Puerto Asís. Al ver los humedales rellenados, invadidos de llantas, electrodomésticos, colchones y cadáveres de animales y, al lado, los cananguchales secándose. Es una crisis para la seguridad hídrica de los habitantes, la salud del ecosistema acuática y la capacidad de liderar con los ciclos de inundaciones y escaseces de agua.
Por esta razón, estamos coordinando un proyecto para fortalecer los comités ambientales de las JAC en Puerto Asís en temas de planificación territorial y resolución de conflictos socioambientales. Igualmente, desde el año pasado, he estado coordinando alianzas para programar una segunda Escuela de Agua al nivel de la biorregión del macizo colombiano, pero esta vez en el territorio andinoamazónico. Los duelos y humildes logros que he vivido durante estos años en el territorio y en muchos momentos de estos procesos, siguen marcándome y me convencen de la necesidad de juntarnos a nivel de las cuencas, no solo para cuidar los diversos cuerpos de agua a una escala acorde con sus dinámicas sociales y ecosistémicas, sino también para crear una red de cuidado mutuo entre lideresxs comunitarixs en la andinoamazonía.
Sobre la autora:
Soy Kristina Lyons, antropóloga ambiental, representante legal de la Corporación Colectivo Ríos y Reconciliación y guardiana de la reserva natural de la sociedad civil en el piedemonte andinoamazónico que se llama La Hojarasca. Lllevo alrededor de veinte años en el Putumayo realizando investigación acción participativa y acompañando los procesos en defensa del territorio y a favor de la restauración ecológica además del bienvivir de las comunidades en diferentes municipios del departamento. A través del colectivo, trabajo para fomentar la educación ambiental popular, el ordenamiento territorial alrededor del agua y el empoderamiento de la ciudadanía en torno a la planificación y la gobernanza ambiental.
El mundo necesita más corazones como el suyo. Gracias por cuidar el planeta, educar comunidades y construir un futuro más sostenible.