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47 días de dignidad | Pueblo Viejo le dijo NO a la minera canadiense 

  • Foto del escritor: Corporación Uma Kiwe  MadreTierra
    Corporación Uma Kiwe MadreTierra
  • 28 oct
  • 7 Min. de lectura

La minera no alcanzó a imaginar que ese 24 de abril del 2025 la comunidad de Pueblo Viejo, en Mocoa (Putumayo) cambiaría de opinión. Durante más de dos meses la población se plantó en la vía veredal para exigirle a la empresa minera canadiense Libero Cobre, que tiene 4 títulos mineros, salir del territorio y al Estado asumir sus responsabilidades. 


Comunidad en manifestación en la Carpa de Resistencia en Putumayo. Foto: Paola Silva
Comunidad en manifestación en la Carpa de Resistencia en Putumayo. Foto: Paola Silva

Campesinos, indígenas, jóvenes, niños y niñas hicieron parte de una movilización que duró 47 días, marcando un hito en la defensa ambiental e instalando la marca de la Carpa de Resistencia, ya no como un lugar sino como un símbolo de unión en favor del agua y la vida de las montañas del departamento andinoamazónico del Putumayo. 


Pueblo Viejo decidió volver a sus raíces

Sólo 22 días después de iniciada la manifestación un medio de comunicación contó lo que estaba pasando. “La comunidad se ha manifestado aquí porque hace 5 años la empresa Libero Cobre lleva haciendo estudios buscando encontrar minerales de mucho valor para ellos y en ese orden de ideas destruir nuestras montañas (...) y la comunidad alza la voz para vivir en tranquilidad y en paz” Dice Pablo Portillo en entrevista a @LaMingaKiwe. Él es uno de los habitantes de la vereda que llegó a este lugar buscando nuevas oportunidades después de sobrevivir a la tragedia ambiental de Mocoa en el 2017, cuando varias quebradas arrasaron con  barrios dejando un saldo oficial de más de 300 personas fallecidas.



En la entrevista, Pablo aprovechó para invitar a la comunidad en general a unirse al llamado de Pueblo Viejo. Su voz salía de la Carpa de Resistencia. Un patio adecuado como salón comunal cubierto con un gran plástico negro como techo frente a una casa de madera ubicada al lado de la vía veredal. Una carpa que en las noches se confundía con el firmamento mientras bajo ésta se conversaba, planeaba y compartían los sentires sobre el futuro de las montañas.


“Ellos (la minera), llegaron aquí en el 2020 prometiendo empleo, mejoras, ayudas y nosotros vimos bien eso” Dice  Berenice, actual secretaria de la Junta de Acción Comunal. “Nosotros hacíamos un enorme esfuerzo para realizar nuestras actividades, entonces también les pedimos apoyo y ahora que estoy aquí (en manifestación pacífica) me recriminan, me escriben. Pues yo me arrepiento de haber aceptado eso” mientras señala que ninguna persona del Estado acompañó o asesoró a la comunidad sobre sus derechos y lo que significa para el futuro la presencia de esta multinacional.



Pueblo Viejo es una voz antigua. No sólo es un territorio ancestral sino que carga la historia de ser el primer punto colonial donde se fundaría Mocoa, la actual capital del Putumayo, sin embargo su destino no era ser de cemento sino un pesebre de vida campesina fuertemente panelera y de agricultura que poco a poco se ha ido transformando en un caserío a orillas de una vía que da hacía la montaña y donde habitan aproximadamente unas 700 personas. Un paraíso plano en las faldas de la cordillera y a orillas del gran río Mocoa, preciso donde aún preserva su limpieza y las grandes rocas y orillas boscosas que la ciudad le ha ido robando.


Video de la serie #RelatoDeLosAbuelos

Un nuevo comienzo

Era domingo de resurrección cuando el amanecer trajo a la primera guardia indígena del pueblo Inga y Kamëntsá. Bajaron desde el Valle de Sibundoy, caminando con sus bastones y mochilas, trayendo consigo la palabra, las mazorcas y una canasta de moras. Llegaron los Inyenan Wasikamas, cuidadores de la vida. Su presencia cambió el aire de la Carpa.



Mientras tanto, a unos trescientos metros, la empresa minera convocaba una rueda de prensa. Los micrófonos y cámaras se instalaron en el salón comunal, el mismo espacio donde la comunidad solía reunirse a sembrar esperanza. “Ahora parece que la oficina de la minera es nuestra casa comunal”, murmuró una mujer desde la Carpa al enterarse.


En las redes, las transmisiones del evento encendieron la indignación:


“El presidente de la vereda no siente respeto ni por él mismo, defendiendo a la empresa que nos divide. Usaron un espacio sagrado sin permiso de la comunidad”.

El mensaje corría de teléfono en teléfono, como corriente de río.


La Carpa se llenó de conversaciones. Las voces se cruzaban entre el dolor y la claridad:


—Nuestra familia se ha dividido.

—Aquí hay vecinos que ya no se saludan.

—Todo por una empresa que promete desarrollo mientras rompe la confianza.


Esa tarde, el fogón se encendió más fuerte. Mientras se desgranaban mazorcas para una sopa comunitaria, los taitas levantaron su waira —un manojo de hojas del género pariana— que al girar cortaba el aire como si limpiara la tristeza. El sonido se mezclaba con la armónica y los collares de semillas que tintineaban con el viento.


“¿Qué pesa más?”, preguntó uno de los sabedores mientras miraba hacia la montaña. “¿La ilusión de un empleo o la vida de las futuras generaciones?”.


Y el silencio fue la respuesta. Un silencio lleno de respeto, como si la montaña misma hubiera hablado.


Carpa de Resistencia, Pueblo Viejo, Mocoa. Putumayo. Foto: Paola Silva @LaMingaKiwe
Carpa de Resistencia, Pueblo Viejo, Mocoa. Putumayo. Foto: Paola Silva @LaMingaKiwe

Desde ese día los habitantes de Pueblo Viejo, empezaron a conversar y recibir diferentes guardias de pueblos indígenas del Putumayo: Inga, Kamétsá, Pastos y Sionas. La juntanza de los pueblos siempre es sabia y esa memoria es para el mundo. 


En medio de la Carpa de Resistencia había un cuchicheo “Hasta Jesucristo vino hoy”. La llegada de un hombre joven de barba y cabello largo, similar al modelo de mesías generaba rumores. Algunos tomaron fotos disimuladamente. El parecido con el “salvador” era inconfundible y algunos lo tomaron como un buen agüero para la defensa de la montaña. 


Génesis como se llama el joven de nacionalidad española, había llegado a Putumayo un par de semanas atrás buscando la tranquilidad y la sanación entre chamanes, plantas, consejos y medicinas. Precisamente en Pueblo Viejo encontró ese refugio y esa noche como a muchos otros las actividades de la Carpa lo convocó. 


La Carpa en la mira de los medios

Después del 14 de abril que la comunidad decidió emanciparse, se vieron por primera vez enfrentados a las cámaras. Tuvieron que pensar en comunicados de prensa, en cómo hablar frente a un micrófono, en dejar sus labores diarias —cocinar, sembrar, construir— para ejercer un liderazgo comunitario que no se paga con dinero, pero que “genera enemigos”.



Los medios nacionales llegaron, pero los locales no. Entonces la gente decidió invitar a un sancocho comunitario que terminó convirtiéndose en una rueda de prensa colorida, creativa y con una respuesta favorable. Sin embargo, se sintieron extraños. Resultaba difícil comprender por qué había que explicar algo tan básico como la necesidad de tener agua limpia, gente tranquila, ríos vivos. Parecía que el negocio había dormido en la gente el sentido común. Un medio los acusó de que sus argumentos favorecen intereses políticos, reduciendo un proceso social a un simple comentario. No fue un espacio para preguntar, sino para señalar. Una vez más se evidenciaba la razón del silencio local. Empezaba un camino largo para sanar como comunidad.



Pueblo Viejo no imaginaba lo que vendría: una tormenta mediática en la que entenderían que los medios también tienen intereses, y que la voz campesina sólo se escucha cuando se conviene legitimar. De pronto, sus vecinos de la vereda Monclart -que nunca habían tenido protagonismo aparecieron en medios nacionales a los que nunca les hubiera interesado una manifestación en un rincón de un municipio de Colombia- denunciando a “un grupo denominado Carpa de la Resistencia” de realizar bloqueos ilegales y hacerse pasar por ambientalistas.


La nota nunca mencionó a la multinacional. Tampoco los títulos mineros en disputa, los ríos amenazados, ni la importancia de estos ecosistemas ante una posible explotación.

Entre pronunciamientos, notas que replicaban el mismo mensaje, estrategias legales y demandas, se movía el conflicto. En los medios, imperó la narrativa de que la ley daba la razón a Montclar, aunque un mes después otro juez anulara ese fallo.


Los medios que amplifican la voz de las comunidades también fueron perseguidos. RTVC recibió derechos de petición y solicitudes de retractación por supuesta información falsa. No solo se arremetió contra el medio, sino que se intentó censurar judicialmente a la periodista indígena Sandra Chindoy, quien luego fue amenazada a través de redes sociales.


La Carpa se convirtió, sin quererlo, en una escuela. Entrenó a una comunidad para enfrentar una lucha desigual: institucional, mediática y empresarial. Sin embargo, la narrativa de la minera se mantenía firme, alimentada por comunicados sobre “estudios técnicos”, alianzas con universidades, patrocinios a eventos, torneos, premios, cifras, bolsas, solicitudes mineras, más perforaciones, más inversión. Palabras y estrategias diseñadas para marear.


La comunidad sabía que cualquier acercamiento la empresa podía usarlo a su favor. Así ocurrió en el taller Cartografía social, minería y territorio, convocado por la Universidad EAN, con la presencia de su directora Brigitte Baptiste. Allí, los rostros de algunos líderes  fueron usados en una publicación de redes sociales de la minera para mostrar una supuesta “participación de todos”. Esa acción desató una ola de exigencias para borrar las fotos y denunciar en redes sociales el uso de sus imágenes sin consentimiento. “Rechazamos el uso de nuestra imagen para legitimar proyectos mineros, y hacemos un llamado a la UniPutumayo a preservar la autonomía académica y no permitir la entrada de intereses corporativos en sus espacios”. Informó la Carpa en un comunicado. 



Carpa Itinerante

El 9 de mayo, tras 47 días de resistencia y con el reconocimiento oficial de la protesta pacífica, la comunidad decidió levantar la manifestación. Sin embargo, varios medios nacionales titularon que un fallo judicial había ordenado el levantamiento del “bloqueo”, cuando este ya no existía, continuando así con la deslegitimación de los líderes campesinos. La situación encendió alertas, y la Gobernación del Putumayo emitió un comunicado invitando a abstenerse de estigmatizar a los liderazgos ambientales.


Una semana después, helicópteros sobrevolaron la montaña cargando maquinaria para una segunda plataforma de exploración. Mientras tanto, los líderes empezaban a asistir a reuniones, mesas y espacios institucionales para exigir el cumplimiento de los acuerdos pactados en la Mesa de Diálogo. Comprendieron que su futuro debían gestionarlo ellos mismos.



Decidieron también renovar la Junta de Acción Comunal, que hasta entonces había servido como plataforma para que la minera justificara una aparente aceptación social mediante apoyos, regalos y conciertos. Con la autonomía recuperada, el siguiente paso fue volver a tejer la vida comunitaria, retomando lo que siempre los había unido: la fiesta, la memoria, la tierra.


El 27 de septiembre de 2025, la comunidad volvió a encontrarse. Bailaron, celebraron 642 años de historia, honraron a sus abuelos y sintieron, al fin, que la vereda volvía a ser suya.



Este artículo es una remembranza que hace parte del proyecto la Carpa de Resistencia con el apoyo del Fondo Emerger.


Conozca la línea de tiempo de este proceso aquí:


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